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El regreso de los muertos vivos: Insfrán, el indulto invisible y la resurrección del caído en desgracia

En Formosa, los fantasmas no se exorcizan: se reincorporan al gabinete, donde robar no es pecado si el jefe te perdona, y en el feudo, el perdón vale más que la justicia. Décima volvió. La impunidad, en realidad, nunca se fue. Nada desaparece en Formosa... salvo los millones. En el reino de Insfrán, los cadáveres políticos vuelven a gobernar. Dicen que nadie vuelve del más allá. Salvo en Formosa, donde los muertos roban y regresan.

Locales29/04/2025leonardo fernández acostaleonardo fernández acosta
decima
Los muertos vivos del gildismo caminan otra vez, y vienen por todo. El castigo nunca fue la cárcel, apenas el exilio; y el regreso, una simple foto autorizada. Decima agachó la cabeza para la foto ¿verguenza? Para nada

En la mesa ejecutiva del PJ, el lunes pasado, no solo se habló de elecciones. También se abrieron las tumbas. Como en una mala película de terror político, los muertos vivos del gildismo comenzaron a caminar otra vez entre los vivos, convocados no por la justicia ni por la reparación, sino por la voluntad suprema del eterno gobernador.

Allí, en ese cónclave cerrado donde se decide el destino de Formosa entre café y silencios cómplices, apareció el espectro de José Luis Décima. El exministro de Desarrollo Humano —desplazado en plena pandemia por sospechas de desfalcos millonarios y hospitales vacíos— volvió a asomar la cabeza, con el rostro bajo, como quien sabe que su sola presencia incomoda, pero también que nadie lo detendrá. Nadie puede detenerlo. Porque si Insfrán lo bendice, entonces todo lo demás es irrelevante.

Décima no solo fue denunciado por la UCR por delitos gravísimos que van desde abuso de autoridad hasta fraude. También fue condenado por el sentido común de miles de formoseños que vieron cómo el sistema de salud colapsaba mientras él administraba millones. Pero la justicia federal —esa que nunca llega a molestar demasiado al poder— se declaró incompetente, y la justicia provincial ni siquiera se molestó en fingir interés: allí todos saben quién escribe los fallos antes de que los jueces se sienten.

Pero la historia no terminó ahí. El “castigo” fue una elegante licencia médica de la que nunca regresó, mientras las auditorías quedaron sepultadas en algún cajón con llave. Décima dejó de ser ministro, pero no dejó de ser parte del sistema: siguió cobrando, siguió proveyendo, siguió existiendo en esa zona oscura donde el Estado y el negocio privado son lo mismo.

Y ahora volvió. Como un muerto vivo que nadie pidió, pero todos temen. No hay resurrección sin permiso en Formosa: su aparición en la mesa del PJ es una señal, una de esas que en el universo del gildismo significa solo una cosa: el indulto está en marcha. No habrá decreto, ni acto público, ni declaración. Solo una foto. Y con eso basta.

No sería la primera vez que un caído en desgracia vuelve al ruedo por arte de magia política. Ya ha pasado: compañeros que robaron, defraudaron, vaciaron ministerios, reaparecen como si nada. Porque en el feudo no importa lo que hiciste, sino a quién le juraste lealtad.

Mientras tanto, el actual ministro Aníbal Gómez podría estar viviendo sus últimos días en el cargo. Cuando el amo del modelo decide que alguien debe volver, alguien más debe irse. Y si el que regresa es un amigo de los viejos tiempos, mejor aún. Aunque traiga consigo el hedor de los negociados, las denuncias dormidas y los millones nunca devueltos.

El regreso de Décima no es solo una anécdota política. Es una advertencia: en Formosa, los muertos vivos no descansan. Vuelven. Vuelven cuando el poder los llama. Vuelven con impunidad, con la protección del sistema, y con la certeza de que jamás pagarán por lo que hicieron.

Y mientras los vivos siguen esperando respuestas, justicia o siquiera un gesto de decencia, los fantasmas del pasado ya están tomando asiento en las oficinas del presente.

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