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Reciclando hipocresía: Pablo Miguez en una entrevista lo único sincero que dijo fue "Hola ¿que tal?"

Del PJ a Milei sin escalas, Pablo Míguez encarna la hipocresía política en su estado más puro: un operador reciclado que ahora se disfraza de libertario para seguir mamando de la teta del poder. Habla de renovación, pero arrastra los vicios de siempre.

20/05/2025leonardo fernández acostaleonardo fernández acosta
pablo
De la lealtad a la conveniencia: Pablo Míguez y el diputado Gerardo González, dos ex peronistas devenidos libertarios, sellan su conversión a fuerza de cargos, no de convicciones.

Es difícil encontrar en la fauna política formoseña un espécimen que represente mejor la contradicción, el oportunismo y la falta total de vergüenza que Pablo Míguez. Un dirigente que militó toda su vida en el peronismo, que aplaudió con fervor a los mismos caudillos a los que ahora pretende combatir, y que de la noche a la mañana se viste con los colores libertarios como si cambiarse de camiseta borrara el archivo político.

En una entrevista a Radio Formosa, Míguez se animó a decir, sin que se le mueva un músculo de la cara, que “es muy difícil que en nuestras listas se incorporen personas que ya han pasado por la función pública, y sobre todo aquellos que han pasado por la función pública del lado del peronismo”. ¿Cómo se autodefine entonces este señor que mamó la estructura justicialista durante años, y que ahora pretende aparecer como el nuevo paladín de la libertad?

La hipocresía alcanza niveles olímpicos cuando Míguez asegura que “nosotros creemos que La Libertad Avanza es el único espacio capaz de competirle y de derrotar al kirchnerismo vernáculo”, como si él mismo no hubiese sido parte orgánica del régimen que ahora demoniza. En su lógica torcida, todo aquel que no se somete a los lineamientos libertarios es un “cómplice de estos veintipico de años del gobierno de Gildo Insfrán”.

No conforme con reescribir su propia biografía, Míguez niega con cinismo la crisis interna de su espacio: “Nosotros no tuvimos comunicación extraoficial con él (López Tozzi), ni previa ni posterior a la renuncia”. Pero más adelante se contradice, al reconocer que “la decisión que tomó Esteban (López Tozzi) no ayuda mucho”. ¿Entonces? ¿La salida del presidente del partido fue un detalle menor o un sabotaje silencioso que desnudó las internas voraces dentro del espacio libertario?

Y mientras Javier Milei pone y saca nombres en el tablero político como quien cambia figuritas, cuando se le ocurre Míguez quiere hacernos creer que las candidaturas se definen solamente a nivel provincial de manera orgánica. “Nosotros vamos a hacer lo posible para que las listas reflejen el sentir de lo que es La Libertad Avanza, tanto en lo provincial como en lo nacional”, dice, como si no supiera que Milei, desde su despacho, bendice o sepulta aspiraciones a su antojo.

Tampoco le tiembla el pulso para despreciar al resto de la oposición, a la que califica de "cómplice" y “fragmentada”. Para Míguez, el espacio que no comulga con su nuevo dogma político no tiene legitimidad para articular una alternativa: “Es muy difícil que nos sentemos a planear una estrategia común con aquellos que han sido cómplices”. Esa arrogancia es la misma que impulsa a los conversos a escupir el plato del que comieron toda la vida.

Por último, se muestra molesto por la posibilidad de que figuras como Gabriela Neme o Atilio Basualdo ganen protagonismo, descalificándolos por tener supuestos vínculos con Patricia Bullrich, y zanja el tema diciendo que “esa mentira va a quedar reflejada en la realidad”. Ni siquiera el barniz ideológico del mileísmo le alcanza para esconder sus propias internas.

Míguez representa la peor cara del transfuguismo. El tipo que ayer repartía boletas peronistas y hoy milita el discurso libertario como si siempre hubiera creído en el mercado, la motosierra y el ajuste. El político que cambia de bandera pero no de mañas. Que reniega del pasado mientras se abraza a él en cada cálculo electoral.

Si la “nueva política” necesita exponentes, será mejor que los busque en otro lado. Porque con conversos como Pablo Míguez, no se construye libertad: se recicla la hipocresía.

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