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El derrumbe de un símbolo: de Espert en Formosa al desencanto libertario

La renuncia forzada de José Luis Espert sacudió al gobierno de Javier Milei y dejó un sabor amargo entre quienes alguna vez vieron en él una referencia liberal genuina. En Formosa, donde su voz había despertado entusiasmo en tiempos de censura política, su derrumbe simboliza el final de una ilusión y la confirmación de que el proyecto libertario perdió su rumbo moral.

06/10/2025leonardo fernández acostaleonardo fernández acosta
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José Luis Espert y Leonardo Fernández Acosta en la presentación del libro del economista en el salón de El Comercial. Aquel acto, que simbolizaba la apertura de ideas liberales en Formosa, hoy resuena como una escena de una ilusión traicionada.

La caída de José Luis Espert no solo sacude al gobierno de Javier Milei. También golpea, con una mezcla de decepción y bronca, a quienes en Formosa supimos verlo como un referente de ideas, un economista lúcido que se animaba a desafiar el pensamiento único provincial. Su visita a la capital, hace algunos años, había sido un pequeño acto de rebeldía intelectual en medio del miedo.


El salón del diario El Comercial se llenó hasta el último asiento pese a la censura encubierta del gildismo, que por esos días imponía su habitual cerco de silencio sobre todo lo que oliera a pensamiento crítico. Aquel encuentro —donde muchos colaboramos de manera voluntaria y entusiasta— fue, más que una presentación de libro, una expresión de libertad. En Formosa, donde todo lo que no se alinea con el poder es sospechoso, Espert representaba la posibilidad de pensar distinto.

Incluso el propio Gildo Insfrán, en un gesto de aparente apertura, lo invitó a visitarlo en la Casa de Gobierno. Nadie sabía entonces que ese contacto podía esconder un interés político más pragmático que ideológico. Quienes lo organizamos creíamos estar difundiendo ideas liberales, no intermediando vínculos entre economistas mediáticos y estructuras de poder. Tampoco sabíamos de sus eventuales vínculos con el empresario acusado de lavado de dinero y narcotráfico, Federico “Fred” Machado. Hoy, con las revelaciones que están en investigación, la decepción es inevitable.

El derrumbe de Espert es el símbolo de una desilusión más amplia: la del proyecto libertario, que prometió moralizar la política y terminar con los privilegios, pero que terminó repitiendo muchas de las miserias que vino a combatir. La renuncia del “profe” —forzada, tardía, disfrazada de renunciamiento patriótico— llega como un golpe de efecto desesperado para contener el daño electoral. Pero el daño ya está hecho. No solo porque su nombre seguirá en las boletas, sino porque deja al descubierto lo que muchos advertíamos en voz baja: el oficialismo perdió el rumbo moral antes de perder el rumbo político.

Durante días, Milei resistió las presiones para apartar a su candidato. Lo defendió incluso cuando las pruebas de sus contradicciones eran inocultables. Hasta que el costo político se volvió insoportable. Según versiones cercanas al Gobierno, la decisión final fue empujada desde Washington, donde Milei mendiga asistencia financiera a una administración norteamericana cada vez menos dispuesta a convalidar sus incoherencias.
El presidente que llegó a la Casa Rosada denunciando la corrupción de la “casta” termina siendo condicionado por las mismas fuerzas económicas y diplomáticas que decía despreciar.

El caso Espert expone la doble fractura del gobierno libertario: una fractura ética y otra política. La primera, porque el discurso de pureza se derrumbó frente al poder del dinero. La segunda, porque el presidente y su entorno demostraron no entender el pulso social ni el momento político. El “golpe de efecto” llegó tarde, como casi todo en esta gestión que se mueve entre la improvisación y la soberbia.

Pero en provincias como Formosa, este episodio tiene otro significado. Aquí, donde la esperanza liberal alguna vez fue una chispa entre las sombras, la decepción cala más hondo. Espert había sido la puerta de entrada del liberalismo moderno en un territorio dominado por un régimen que controla la política, la justicia, los medios y hasta la economía cotidiana. Su figura representaba una alternativa racional frente al clientelismo y la manipulación del poder. Verlo hoy arrastrado por escándalos de financiamiento oscuro, negocios turbios y vínculos con el narcotráfico es un golpe personal para quienes creyeron que la libertad podía tener un rostro limpio.

La frustración se amplifica porque Milei sigue siendo, pese a todo, la única opción viable para quienes rechazan volver al kirchnerismo. Pero eso no borra el malestar. Su gobierno, que comenzó prometiendo una revolución moral, terminó enredado en negociados, internas y pactos opacos. El armado partidario fue un desastre: operadores improvisados, candidaturas manchadas, acuerdos con los mismos barones provinciales que los libertarios decían venir a desterrar. En Formosa lo vivimos de cerca, cuando los referentes locales de La Libertad Avanza se mezclaron con punteros reciclados del peronismo gildista. La pureza duró menos que un suspiro.

El caso Espert no es una excepción: es una confirmación del patrón. Una fuerza política que se construyó como movimiento antisistema terminó reproduciendo los vicios del sistema, pero sin su experiencia ni su estructura. Y cuando la desilusión reemplaza a la esperanza, el resultado es devastador. Como señaló un consultor en la nota de Claudio Jacquelin en La Nación, “la palabra ‘esperanza’ se está transformando en la palabra ‘desilusión’”.

En el fondo, lo que queda al desnudo es que no hay milagro sin decencia, y que la política sin ética termina siendo apenas otra forma de negocio. En ese sentido, el golpe de Espert no es solo un traspié electoral: es un síntoma de la enfermedad más grave que sufre el país —la naturalización del cinismo—.

Para los formoseños, que vivimos bajo un régimen donde el poder se confunde con el Estado y la obediencia con la supervivencia, el libertarismo había despertado una tenue ilusión de ruptura. Pero si quienes prometieron libertad terminan pactando con los mismos que la restringen, la palabra libertad vuelve a perder valor.

Milei probablemente gane las elecciones, pero su victoria será cada vez más solitaria. Ganará con votos que ya no creen, con militantes que ya no militan y con ciudadanos que votarán más por miedo que por convicción. Y en el largo plazo, eso no se sostiene.

La Argentina no necesitaba un nuevo salvador con cuentas pendientes, sino un liderazgo moralmente sólido. Espert representó una oportunidad desperdiciada; Milei, un proyecto en riesgo. Y los formoseños, otra vez, quedamos en el medio: entre un poder feudal que no cede y una esperanza libertaria que se desvanece antes de madurar.

El derrumbe de Espert, en definitiva, no es el final de una candidatura. Es la evidencia de que cuando los ideales se negocian por conveniencia, la política se convierte en un espectáculo sin alma. Y el público —los ciudadanos—, cansado de aplausos falsos, ya empieza a levantarse de sus asientos.

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