
Sin la Ley de Lemas, sin sobres y sin miedo suficiente, el reino de Insfrán mostró su verdadera desnudez: un poder sostenido por la pobreza y el silencio que empieza a resquebrajarse. La impunidad sigue, pero el mito se rompió.
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La UCR formoseña se hunde en su peor crisis histórica. Con el 3,66% de los votos, Miguel Montoya y Agostina Villaggi niegan la realidad, protegen el aparato vacío y planean candidaturas de fantasía mientras el partido se desintegra.
Locales28/10/2025
leonardo fernández acosta
El resultado fue lapidario: la Unión Cívica Radical de Formosa tocó fondo con un 3,66% de los votos, su peor elección en toda la historia. De aquel partido que supo disputar poder y marcar agenda no queda más que una estructura vacía, un comité cerrado sobre sí mismo y una conducción que parece disfrutar de su propio aislamiento.
Aliados esta vez a Libres del Sur, una agrupación de izquierda testimonial con menos votos que un centro de estudiantes, los radicales formoseños decidieron suicidarse políticamente en nombre de una pureza ideológica que nadie les pidió. Miguel Montoya, presidente del Comité Provincial y autoproclamado custodio del “radicalismo verdadero”, logró lo imposible: hacer irrelevante al radicalismo en la provincia que más necesitaba una oposición organizada.
Lejos de hacer autocrítica, Montoya eligió el camino más fácil: negar la realidad. En lugar de reconocer el fracaso, culpó al electorado por no entender, a Milei por existir y al “voto plebiscitario” por el derrumbe. “Nosotros quedamos en el medio”, dijo, como si el problema fuera la polarización y no la ceguera de una dirigencia que vive en el limbo político.
Los números son brutales: el 88% de los afiliados radicales votó por Atilio Basualdo y La Libertad Avanza, mientras que el 92% de quienes apoyaron al Frente Amplio Formoseño migraron al espacio libertario. Es decir, la estructura partidaria se quedó sin base, sin aliados y sin representación. Pero Montoya y su pequeño círculo prefieren seguir administrando el kiosco partidario antes que abrir el debate interno.
Y por si algo faltaba, la diputada provincial Agostina Villaggi decidió ir todavía más lejos: lejos de reconocer la catástrofe electoral, anunció con entusiasmo que el radicalismo ya tiene candidato propio para gobernador en 2027. Una declaración tan prematura como delirante para un partido que ni siquiera logra reunir un comité abierto. En lugar de una autopsia política, optaron por la negación mística, como si con una frase se pudiera resucitar a un muerto.
El radicalismo formoseño eligió encerrarse antes que renovarse. Prefirió las reuniones de comité a puerta cerrada, los cargos de papel, los comunicados anodinos y los discursos vacíos, mientras afuera la política real se reconfigura sin ellos. Su rol histórico de control republicano y alternativa democrática se perdió entre las internas, los egos y los sellos de goma.
Lo más triste no es la derrota, sino la indiferencia. La UCR no solo fue barrida de la conversación política: ya nadie la espera. Montoya podrá seguir culpando a los demás, y Villaggi podrá soñar con candidaturas imaginarias, pero los formoseños ya entendieron que el radicalismo local se convirtió en lo que juró combatir: una estructura burocrática sin pueblo, sin calle y sin futuro.

Sin la Ley de Lemas, sin sobres y sin miedo suficiente, el reino de Insfrán mostró su verdadera desnudez: un poder sostenido por la pobreza y el silencio que empieza a resquebrajarse. La impunidad sigue, pero el mito se rompió.

Mientras nuestros chicos mueren, sufren o callan, el Estado responde con silencio y la sociedad mira para otro lado. En Formosa, la tragedia infantil ya no conmueve: apenas ocupa un renglón entre las estadísticas.

El juez federal Pablo Morán volvió a ponerse del lado del poder: bloqueó la presencia de la Dirección Nacional Electoral y habilitó a militantes gildistas para “controlar” los comicios. En Formosa, la Justicia ya no vela por la transparencia: la custodia del voto quedó en manos del régimen.

Mientras el país muestra una recuperación en sus exportaciones, el nordeste argentino continúa rezagado y Formosa directamente se hunde en el atraso estructural. En los primeros nueve meses de 2025, la provincia apenas generó 36 millones de dólares en ventas externas, casi todas en productos primarios. Un modelo que presume “autonomía” pero ni siquiera produce para vender más allá de su frontera.

El rector de la Universidad Provincial de Laguna Blanca, Adrián Muracciolle, volvió a poner la academia al servicio del aparato. Con su consultora Politiké, fabrica estadísticas a medida del poder para mostrar una Formosa que solo existe en los gráficos oficiales: la del empleo que crece, el Estado que adelgaza y un modelo que se vende como milagro mientras el resto del país se hunde en la realidad.

Desde los fondos oscuros del Cártel de los Soles en Venezuela, pasando por el fideicomiso binacional Argentina–Venezuela y los canales del BANDES y el Banco Nación, hasta aterrizar en Formosa Alimenta, la empresa estatal del gobernador Gildo Insfrán: una red que mezcla política, narcotráfico y poder feudal en el norte argentino.

Desde los fondos oscuros del Cártel de los Soles en Venezuela, pasando por el fideicomiso binacional Argentina–Venezuela y los canales del BANDES y el Banco Nación, hasta aterrizar en Formosa Alimenta, la empresa estatal del gobernador Gildo Insfrán: una red que mezcla política, narcotráfico y poder feudal en el norte argentino.

El juez federal Pablo Morán volvió a ponerse del lado del poder: bloqueó la presencia de la Dirección Nacional Electoral y habilitó a militantes gildistas para “controlar” los comicios. En Formosa, la Justicia ya no vela por la transparencia: la custodia del voto quedó en manos del régimen.

Mientras nuestros chicos mueren, sufren o callan, el Estado responde con silencio y la sociedad mira para otro lado. En Formosa, la tragedia infantil ya no conmueve: apenas ocupa un renglón entre las estadísticas.

Sin la Ley de Lemas, sin sobres y sin miedo suficiente, el reino de Insfrán mostró su verdadera desnudez: un poder sostenido por la pobreza y el silencio que empieza a resquebrajarse. La impunidad sigue, pero el mito se rompió.

La UCR formoseña se hunde en su peor crisis histórica. Con el 3,66% de los votos, Miguel Montoya y Agostina Villaggi niegan la realidad, protegen el aparato vacío y planean candidaturas de fantasía mientras el partido se desintegra.