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Las contradicciones que no cierran: cuando el dolor cambia de discurso y el poder dicta los silencios

De pedir acompañamiento para exigir justicia a alinearse con el discurso oficial: la hermana de Xiomara cambió de versión con una velocidad que la causa todavía no logra igualar. El abrupto cambio de postura de la hermana de Xiomara —que primero pidió ayuda y luego denunció marchas— revela el peso de las presiones y las contradicciones que atraviesan una investigación marcada por lo silencios.

Locales04/12/2025leonardo fernández acostaleonardo fernández acosta
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La marcha políticamente correcta: banderas prolijas, consignas medidas y un reclamo que terminó diciendo exactamente lo que el poder necesitaba escuchar.

La causa por el brutal asesinato de Xiomara Portillo avanza en la superficie, pero retrocede en profundidad. Entre marchas convocadas, marchas prohibidas, denuncias cruzadas y un Estado provincial que se mueve más rápido para controlar el relato que para esclarecer un femicidio, la escena se vuelve cada vez más evidente: no es la justicia la que marca el ritmo, sino la política.

Y en el centro, aparece un elemento que nadie puede pasar por alto: las contradicciones flagrantes de la propia familia, expresadas en la voz de una de las hermanas, que cambian con una velocidad que ni la investigación judicial logra igualar.

De pedir ayuda a prohibir marchas: un giro que desconcierta

Hace apenas días, la hermana de Xiomara rogaba públicamente la presencia de la hermana Martha Pelloni, pedía que la Red de Infancia Robada acompañe las marchas, aseguraba que “ya tenemos el culpable” y que el Estado no actuaba por tratarse de un menor. Señalaba incluso a otros presuntos involucrados y reclamaba apoyo para que la causa no quedara “en la nada”.

Era un pedido desgarrador, genuino y directo: quería apoyo, acompañamiento y visibilidad. Textuales palabras refirió: “A nosotros como familia nos gustaría mucho que en la marcha esté la señora Marta Pelloni, que nos ayude con el caso de nuestra hermana, para hacer justicia, para que esto no quede en la nada. Ya tenemos el culpable, pero acá no le quieren hacer nada porque es un menor, pero también acá está involucrado el padrastro, el tío, la madre, no es solo el menor, así que pedimos para que usted señora pueda estar en la marcha ayudándonos por esta lucha que tenemos. Le agradeceríamos mucho que pudiera venir”.

La hermana, Martha Pelloni, ícono de la lucha contra víctimas de la violencia institucional y la trata, no tardó en responderle: “Formosa está por iniciar una marcha en reclamo de justicia. Una vez más la red de infancia robada se hace presente. De esta manera hubiera querido estar con ustedes, fui invitada, he seguido los pasos de lo que pasó con Xiomara Portillo, pidiendo, reclamando, rezando, justicia por Xiomara. Como religiosa les prometo mi oración por cada uno de ustedes y que Xiomara descanse en paz”.

Sin embargo, la escena cambió drásticamente. Ahora, la misma hermana denuncia hostigamiento, rechaza cualquier marcha que utilice el nombre de Xiomara y acusa a quienes antes convocó de tener intenciones políticas. Todo mientras declara que la familia vive un estado emocional delicado y que solo ella representa a todos.

El problema no es el dolor —legítimo, inmenso, imposible de dimensionar para quien no lo vivió—. El problema es la sincronía quirúrgica entre este cambio de discurso y la narrativa oficial que comenzó a instalar el gobierno y sus operadores.

El silencio que se impone desde afuera

El giro no pasó desapercibido para la Red de Infancia Robada, que rompieron el silencio de manera inusual: difundieron el audio original de la hermana pidiendo ayuda.

¿Por qué lo hicieron? Porque el direccionamiento del gobierno sobre el discurso de la familia era muy evidente, demasiado funcional, demasiado conveniente para no responderla. Y porque la contradicción no era espontánea: era inducida.

Fue la Dra. Gabriela Neme, la que lo dijo sin rodeos: “Es una pena que ahora intenten censurar y deslegitimar voces… Sabemos de las presiones”.

Presiones. Justo la palabra que nadie en el poder quiere escuchar, porque apunta al corazón del modelo: la capacidad de disciplinar el dolor ajeno para que encaje en el discurso estatal.

Una contradicción que no es personal: es estructural

La hermana se contradice, sí. Pero sería injusto cargar sobre ella la responsabilidad total del viraje. Cuando una familia que exigía justicia de repente afirma que “la policía y la justicia actuaron” en un caso plagado de irregularidades, la pregunta es obvia:

¿Qué cambió realmente?
En Formosa, donde la verdad oficial suele imponerse por insistencia más que por evidencia, no cuesta imaginar la respuesta. La estrategia del poder: convertir un femicidio en un problema de “orden”

El gobierno encontró la grieta perfecta: el dolor de una familia rota y vulnerable.
Y decidió llenarla con su guion habitual:

Desacreditar a quienes reclaman justicia.

Acusar de “politización” a todo el que no obedezca el silencio.

Convertir un reclamo legítimo en una amenaza al orden público.

Instalar la idea de que todo está encaminado 

La contradicción de la hermana no es un accidente: es el síntoma de un aparato que opera para borrar cualquier voz que escape al libreto oficial.

Lo que queda en pie

¿Cómo pedir silencio en un caso que clama a gritos? Hoy la contradicción de la hermana no hace más que demostrar algo aún más grave: en Formosa, incluso el dolor tiene que alinearse políticamente para no convertirse en un estorbo.

Pero la verdad —como la muerte de Xiomara— no se tapa con comunicados, ni con marchas suspendidas, ni con familias acalladas. Y mucho menos con contradicciones que, más que errores humanos, revelan las sombras de un poder que necesita controlar hasta la indignación.

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